La segunda ola de coronavirus se está expandiendo de forma desigual por la ciudad de Madrid. Los contagios suben desde julio y lo hacen con más fuerzas en las zonas más vulnerables: rentas bajas, hacinamiento y trabajos precarios que hacen más difícil encontrar opciones de teletrabajo.

En los barrios más pobres se vive peor, hay más contagios y es más probable que crezca la mortalidad: se trata de un patrón global y ya estudiado, antes y durante la pandemia de covid-19, desde Singapur a Chile pasando por Estados Unidos. En Madrid, hoy, se puede observar a pequeña escala y en tiempo real.

Puente de Vallecas, Villaverde y Usera, que según un análisis del Ayuntamiento son los distritos más vulnerables de la ciudad, es donde hay mayor incidencia. El hospital Infanta Leonor, en Vallecas, alcanza el 60% de ocupación solo de pacientes covid. Al sur, fuera de la M-30, los positivos no salen del ocio nocturno sino de la pobreza. Y al otro lado de la ciudad, en Chamberí, el virus es el mismo, pero la cola delante del centro de salud desaparece al mediodía. Recorremos estas zonas, donde el virus no cambia a pesar de las apariencias

Otro encierro amenaza a la yugular de Vallecas

El móvil de Carmen Rodríguez empezó a temblar ayer antes de las doce de la mañana y ya no paró en todo el día. Trabaja como profesional sanitario en el centro de salud Martínez de la Riva en Puente de Vallecas, la zona básica de salud más golpeada por el virus dentro del distrito de la capital más golpeado por el virus. El debate sobre un posible confinamiento selectivo saltó enseguida de las pantallas de los teléfonos, a los pasillos, a los oídos de los enfermos que entraban por la puerta con cita previa. Están en el punto de mira y lo saben. Y también lo entienden.

“Estamos en el top ten de toda Europa”, celebra irónicamente la sanitaria en un apartado bajo la sombra, en la puerta de un edificio que ha tenido un ir y venir de pacientes durante toda la mañana. Escrupulosamente ordenados, los citados han ido entrando con cuentagotas y, una vez en el edificio, son redirigidos por un circuito que los propios sanitarios diseñaron en mayo: por un lado los que acuden por algo relacionado con la covid-19. Por otro, los afortunados que están limpios de la enfermedad que tiene en jaque al planeta. Rodríguez no disimula el cansancio, el hartazgo de repetir siempre lo mismo. La tasa de incidencia desde marzo en la zona que atiende este centro de salud es de 6.160 casos por 100.000 habitantes, la segunda mayor de la Comunidad de Madrid, un récord del que ni ella ni sus compañeros se sienten orgullosos.

“Hay cosas que son estructurales, no depende de nosotros”, lamenta, exhausta. Carmen se ha ido dos semanas de vacaciones, mucho menos que en otros veranos, y no ha podido recuperarse del todo de los golpes que asestó la primera ola de la pandemia. “En julio ya veíamos que esto crecía y crecía”, explica. “Pero ha fallado lo elemental: el rastreo. Ahora vendrán con que hay que aislar a la gente de aquí para que no se contagien en el barrio de Salamanca y dirán que es que aquí la gente no cumple las normas o que son inmigrantes. Pero nada que ver. La situación socioeconómica es la que es, las casas son más pequeñas, viven muchas personas juntas…”.

El discurso se repite en otro de los centros de salud más atacado por el virus del distrito, el de Peña Prieta, a escasos 11 minutos andando. Esta zona es la única con una incidencia peor que la de Marti-nez de la Riva. Pilar, enfermera, recibe a cada paciente que sube la rampa que da acceso al edificio con unas preguntas que ya tiene mecanizadas. “¿Tienes fiebre? ¿Dolor estomacal? ¿Vómitos?”, le dice a una chica argentina que acaba de llegar. Al día recibe a más de 200 personas y a mediodía ya conocía los planes que el viceconsejero había comunicado unas horas antes y que el Gobierno regio-nal puso en duda poco después. “No queremos aplausos. Queremos que hagan algo porque esto no es de ahora”.

Tampoco lo es para María Jesús Gallego, que enseña su casa de unos 80 metros cuadrados donde vive con sus cuatro hijos, de 12, 13, 20 y 26 años. Ella alcanza ya las 52 primaveras y no trabaja desde hace una década. Recibe una pensión por incapacidad y dos por orfandad. En total, 1.200 euros mensuales. “A mitad de mes ya no me queda nada. A veces tengo que elegir entre pagar las facturas o comer. Este año no he podido ni comprar ropa, los más pequeños van con un chándal que les falta un palmo…”. Los cinco se irán a casa de su madre, en el barrio de Prosperidad (en el distrito de Chamartín) si finalmente Vallecas acaba confinado. “La casa es más pequeña… pero, ¿tú sabes la de broncas diarias que teníamos los cinco confinados? Nosotros si nos confinan, nos largamos”.

En la calle la noticia sobre un posible encierro corría a la velocidad de la luz antes de la hora de comer. El dueño del bar Madrigal, Ismael, lleva 25 de sus 62 años tras la barra y la sombra de un posible encierro le hace temblar. “No sé si el negocio aguantará”, explica. Enseguida se intenta autoconvencer de que de todo lo malo, igual no le toca lo peor. “He oído en la radio que igual la hostelería no la cierran”. Pero poco después cae en la cuenta. “No sé quién va a venir si está todo el mundo en casa…”.

Marta, madre soltera con dos niños a su cargo, apretaba el paso a dos calles del bar. Tenía que hacer la compra y se le había echado el tiempo encima. Trabaja de asistenta en varios domicilios repartidos por la capital y en varios de ellos ya le han dicho que no vaya. El estigma de Vallecas pesa. “Temen que les lleve el virus”, lamenta. Su miedo, ahora, que todos caigan en cadena.

Mientras Marta se va sin querer pensar mucho en lo que viene, Lola, 46 años, espera con la mirada perdida en el kiosco de flores que tiene situado en una esquina desde hace una década. Las rosas, las margaritas o los claveles resaltaban ante su traje negro y su mirada verde y caída. Vive con 10 personas en su casa y lleva meses sin vender un ramo. Y de eso vive toda la familia. “¿Si entendería otro confinamiento? Ay, pues sí, la cosa está muy mala. Pero dios mío, solo quiero que alguien nos ayude”

Fuenlabrada: a 20 kilómetros de Sol la pobreza es peor que la covid

Hace 11 días apareció en la puerta de un centro de salud de Fuenlabrada un cartel embarazoso para el Gobierno de la Comunidad de Madrid que fue noticia en toda España: “Faltan nueve médicos de 16”. Ahí sigue todavía, pero actualizado con notas adhesivas por el personal del centro. Ahora faltan siete.

Los sanitarios se pasan el día pidiendo perdón a los vecinos que llegan enfadados para protestar porque llevan horas y horas esperando

Carteles del estilo cuelgan en la puerta de otros centros de salud de Madrid, pero ese en concreto fue recogido por los medios de comunicación porque un diputado valenciano del PP se confundió creyendo que el centro, que se llama Alicante porque está en la calle de ese nombre, se encontraba en la ciudad de Alicante. El diputado arremetió contra la gestión del Gobierno de izquierda de la Comunidad Valenciana pero sin darse cuenta se estaba metiendo un gol en propia puerta. Aquella sonrojante noticia no ha servido para que el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso tape el agujero. No se trata precisamente de un centro que pueda permitirse el lujo de trabajar con menos personal. Da servicio a barrios con algunos de los peores números de contagios por coronavirus de la región.

Los sanitarios se pasan el día pidiendo perdón a los vecinos que llegan enfadados para protestar porque llevan horas y horas escuchando al teléfono una musiquita de espera con tono chill out. “En breve su llamada será atendida” dice una voz masculina de tanto en tanto. La línea está ocupada porque casi todo el personal está pasando consulta al teléfono, comunicando resultados de PCR o haciendo labores de rastreo.

La situación de colapso no varía en el centro de salud vecino, el Cuzco. Entre ambos prestan servicio a unos 50.000 de los casi 200.000 vecinos del municipio de Fuenlabrada, en el sur de la región de Madrid. Aquí los brotes comenzaron en una fecha precisa, el 17 de julio, según la directora del centro Cuzco, Mar Noguerol. Primero en una piscina, luego un funeral y luego en el club de fútbol Fuenlabrada. Desde entonces todo ha ido cuesta arriba. Cada vez más contagios. ¿Algún refuerzo? “Cero lapicero”, contesta ella.

Las zonas básicas de salud de Alicante y Cuzco han registrado 321 y 250 positivos de covid-19 en los últimos 14 días. Con esos números (el puesto 13 y 20 en tasas de incidencia en la Comunidad de Madrid) ambas son candidatas a las medidas más restrictivas que estudia el Gobierno regional y que se espera sean aclaradas este viernes.

Mucho se ha atacado al ocio nocturno por los brotes, pero un culpable mayor es la pobreza. Los sanitarios de ambos centros han comprobado cómo muchos enfermos de covid-19 son trabajadores humildes. Viajan media hora en tren a diario para llegar a la capital o alquilan una habitación en pisos compartidos donde a veces solo hay un baño.

Hay gente que no tiene ni para mascarillas, alerta la asociación local Acumafu, con sede en la zona de Cuzco. Su presidente, Marcelo Cornellá, dice que ha visto a varios vecinos recogerlas del suelo

El barrio más afectado en la zona del centro sanitario Alicante es el de San Andrés, el hogar asequible de muchos cuidadores, repartidores y obreros que trabajan por toda la región. Es un entramado de calles estrechas y bloques de viviendas viejas de cuatro alturas. Un piso en alquiler ronda los 700 euros al mes. La renta per cápita anual es de solo 7.249 euros.

Un nuevo confinamiento sería recibido por muchos como una sentencia de muerte. “Preferimos morirnos con coronavirus y no morirnos con hambre”, dice el barbero Hassan Louhabi, de 30 años. “¿Quién me va a dar de comer?”. En primavera resistió casi tres meses pagando 400 euros al mes por el alquiler de su local, más otros 300 euros de la cuota de autónomo. Dice que no ha visto ni un euro de ayudas.

Aquí el teletrabajo le suena a muchos a una moda extranjera fuera de su alcance. “Claro que sí. Si nos confinan otra vez yo puedo echar una hormigonera en casa”, bromea el albañil Jesús Alés. Está de baja laboral desde hace una semana porque un fontanero que trabaja en su empresa ha dado positivo.

Hay gente que no tiene ni para mascarillas, alerta la asociación local Acumafu, con sede en la zona del centro de salud Cuzco. Su presidente, Marcelo Cornellá, dice que ha visto a varios vecinos recogerlas del suelo. “Les preguntas y te dicen: ‘Es que no tengo dinero”. Acumafu ha repartido más de 100.000 mascarillas en Fuenlabrada desde que comenzó la pandemia, según Cornellá.

Para evitar una catástrofe social, la directora del centro de salud Cuzco cree que si la Comunidad de Madrid impone un confinamiento en estos barrios debería permitir que los trabajadores sigan acudiendo al trabajo. Algo aún mejor, añade, sería reducir las medidas a las manzanas de viviendas con más casos. “Hay que afinar con confinamientos muy selectivos para perjudicar al menor número de personas”.

Algunos afortunados en estos barrios fuenlabreños ya hacen planes para escaparse el viernes. Lorenzo Martín, un jubilado de 66 años, planea hacerse una analítica en la mañana y después dirigirse a la finca de cerezos que heredó en la sierra de Gredos. El anterior confinamiento lo pasó con su mujer en su piso en la calle de Alicante. Una tortura. “Me iré corriendo por si acaso”, dice mientras se toma una cerveza con sus colegas pensionistas. Pasar una cuarentena con espacios al aire libre es un privilegio que casi nadie puede permitirse aquí.

Vacaciones y hospitales privados en Chamberí

La cola desaparece a la hora de la comida. Los médicos y los enfermeros del centro de salud Eloy Gonzalo, la zona sanitaria con menos incidencia por coronavirus de toda la ciudad, custodian la puerta desde lo alto de las escaleras de mármol. El suyo, a la luz de los datos, debería ser un caso de relativo éxito, aunque se trate de la vieja historia del tuerto que camina ufano por el reino de los ciegos. La incidencia de 14 días ronda aquí los 200 positivos por 100.000 habitantes: muchos, pero cinco veces menos que en Vallecas.

—En realidad creo que se debe a que la gente de este barrio tiene dinero para ir a un centro privado. Aquí solo hacemos 50 o 60 PCR al día. No creo que el panorama sea muy distinto al resto de Madrid.

El que habla es un médico en bata que deriva a los pacientes en función de sus necesidades. Dice que ayer estaban entregando los resultados del día 9 o 10. Una semana de retraso es lo que lleva el área 7 del hospital Clínico. Demasiado. No le extraña que muchos vecinos, para no paralizar sus vidas y la de la gente que les rodea, acudan a un laboratorio de pago. En 24 horas tienen los resultados. Que muchos hayan optado por esto no quiere decir que su trabajo haya disminuido. “No paramos”, dice una enfermera. “Parece que estamos otra vez en marzo, claramente están aumentando los casos. Y tenemos el doble de trabajo porque atendemos todo tipo de dolencias”, explica otro.

“La sensación es la misma que en el resto de Madrid: todos conocemos ya casos cercanos, como si el virus nos fuera cercando”. Laura, vecina de Chamberí

Todos los que hablan en este reportaje son jóvenes para su gremio. A los 30 años, en el fútbol ya estarían a punto de retirarse, pero en su oficio apenas se está empezando. Cubren bajas de funcionarios con plaza fija. “Tenemos contratos de mierda, temporales”, ahonda el primer médico. Se suma de nuevo la enfermera: “Yo empalmo contratos de días, uno detrás de otro”. Ante la reciente promesa de la presidenta Díaz Ayuso de 80 millones de inversión para reformar la atención primaria, arquean las cejas, resoplan. Son escépticos.

De repente, un señor mayor entra por la puerta. Le dicen que se ha olvidado de traer un papel. Él asegura que el médico le dijo lo contrario. Alza la voz, parece una tetera a punto de ebullición. Parece que va a liarla parda, pero el enfermero, con mucha mano izquierda, reconduce la situación. Evita el problema haciendo pasar al hombre a consulta. El médico cree que esta situación ha sido un buen ejemplo de lo que pasa:

—La gente está harta y lo paga con nosotros.

Otros factores, aunque también de carácter socioeconómico, podrían explicar el bajo número de contagios. Chamberí, uno de los barrios con mayor renta de la capital, se vacía durante el verano. En agosto parece un pueblo fantasma. Muchas familias se van a la costa, como el caso de Laura e Iván. Estuvieron en Santander con su hijo de cuatro años, Pablo. Regresaron en septiembre para volver al trabajo, ella a un cargo alto de la Administración, él a la gerencia de una clínica dental. Los tres viven en un apartamento de cien metros cuadrados con vistas a un jardín y una piscina comunitaria. Laura explica:

—Puede que el descenso de población en verano y que la gente eche mano de hospitales privados haga que el número de casos aquí sea menor, eso dice la estadística. Pero la sensación es la misma que en el resto de Madrid: todos conocemos ya casos cercanos, como si el virus nos fuera cercando.

Nadie se libra. Basta echar un vistazo por la ventana para comprobar que tiene razón. Gente con mascarilla, esquiva al cara a cara con el resto de transeúntes. Interiores de bares vacíos, terrazas algo más animadas. En efecto, el virus sigue en nuestras vidas. No parece que tenga intención de marcharse.

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Covid de ricos, covid de pobres las restricciones de la segunda ola exponen las desigualdades de Madrid