Cuando el tejido adiposo crece, aumenta el tamaño de los adipocitos (una característica de la obesidad) y se altera la secreción de las adipocinas. Entonces, las células inmunes reaccionan y liberan unas moléculas semejantes a las hormonas.

Esto hace que crezcan y se alteren los vasos sanguíneos, necesarios para el crecimiento del tejido adiposo. Por su parte, las fibras nerviosas que llegan desde el cerebro al tejido adiposo también se movilizan.

Todo esto ocurre de manera diferente en cada depósito de tejido adiposo. Por ejemplo, en el tejido adiposo visceral (rodea órganos vitales), la liberación de moléculas inflamatorias es mayor que en el tejido adiposo subcutáneo (rodea todo el cuerpo).
El riesgo de padecer distintas enfermedades está relacionado con la distribución de los depósitos de grasa.

Diversos estudios han encontrado que los procesos inflamatorios que se originan en el entorno del tejido adiposo se diseminan al cerebro, donde conducen a cambios sustanciales en su actividad1. Es decir, se producen alteraciones en ciertos neurotransmisores (que también están relacionados con la obesidad) que contribuyen al desarrollo de trastornos neuropsiquiátricos.

Un estudio reciente ha demostrado que hay que valorar la relación obesidad/depresión en cada rango de edad2. Dicho trabajo ha encontrado que hasta los 70 años es más probable que una persona con obesidad genere depresión. Sin embargo, a partir de los 80, sucede a la inversa: la depresión puede desembocar en obesidad. Por lo tanto, existe una relación recíproca que puede cambiar con la edad.

Mantener un Indice de Masa Corporal (IMC) a raya nos ayudará a estar física y mentalmente saludables en todas las etapas de nuestra vida.

1 https://www.nature.com/articles/s41598-018-35759-9
2 https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC8147115/